En este escrito me gustaría echar una mirada a los diferentes conceptos de qué es la enfermedad. Si es que nos enfermamos sólo por una condición física, por una bacteria, un virus, etc; o si es que hay algo más para poder observar en la experiencia de estar enfermos.
Mientras estudiaba medicina no me preguntaba estas cosas. En la facultad se ven los síntomas y las manifestaciones del paciente, se suman todos ellos y generalmente da un diagnóstico más o menos preciso. Claro que puede haber errores y no es tan sencillo. Por algo es que la carrera para decirse médicos lleva no sólo unos cuantos años, si no que horas y más horas de leer, estudiar y aprender. Es una tarea bellísima la de ser médicos. Acuden a uno personas en un momento de su vida generalmente vulnerables, desorientados y conmovidos. Se podría decir como cliché que nadie quiere estar enfermo, al menos eso parece cuando se ve a la enfermedad de una forma aislada y lineal.
En la profesión de ser médicos corremos con la ventaja de toparnos, como dije antes, con los momentos críticos de los pacientes y sus familiares. Hay veces que se puede vislumbrar una introspección acerca de su padecer, aunque no es lo más frecuente. En general la gente se siente mal y quiere ser aliviada. Y no se los culpa por ello, es comprensible. Habría que ver si dando una nueva mirada a la enfermedad ésta cobra más sentido de ser justamente “sentida”.
Con el correr de los años me fui dando cuenta en mis propias experiencias de enfermedad, que coincidían siempre con algún evento difícil en mi vida. Claro que yo era también de las que creen que cuando uno está mal hay que curarse rápido y sufriendo lo menos posible. Pero una vez me di cuenta de que esa creencia no me servía.
Y a que me refiero con “servir”?? Acaso la enfermedad está al servicio de algo? La respuesta que encontré es: sí! La enfermedad viene a mostrarnos algo, viene a expresar quizás lo que no pudimos expresar con palabras en el momento y lugar indicados. Viene a exteriorizar un grito de ayuda, un pedido de socorro, compañía, más cariño; viene a decirle a los que nos rodean que nos miren, que nos presten atención, que los necesitamos. Entendí con el tiempo que el cuerpo habla, y generalmente grita, grita aquello que por no poder o no saber cómo, no dijimos nosotros.
Como si aquello no dicho “es” sin “ser”; existe aunque no fuera expresado en forma explícita. Sólo que, como toda energía no se pierde, sólo se transforma, el cuerpo la “hace carne” y de ahí la enfermedad.
Es curioso que el cuerpo es a veces tan literal para mostrar aquello que nos cuesta ver. Si tengo afectada la garganta seguramente haya algo que no estoy pudiendo decir, si tengo algún malestar en los oídos puede que haya algo que no quiera o no pueda escuchar, si me contracturo el cuello, me podría estar hablando de una necesidad de relajar mis exigencias en algún aspecto de mi vida, ya sea laboral, en la pareja o con mis hijos por ejemplo, para adquirir la ligereza de poder mirar en otra dirección y seguir adelante con un nuevo aprendizaje.
De éstos ejemplos hay miles, tantos como padecimientos pueda tener el cuerpo. Pero que hay con aquellos que no son tán fáciles de descubrir? Aquellos que no resultan tan literales? Ahí podríamos pensar que el cuerpo vino dándonos varias alertas para poder frenar y escucharlo. Quizás sí comenzó con una angina, pero no supe entender el pedido de ayuda de mi cuerpo y sin embargo callé lo que tenía para decir. Luego le continuó una alegría en la piel, y sin embargo permanecí con aquella persona que yo tanto rechazaba en silencio. Claro, mi cuerpo entero me lo mostró, pero algún facultativo me dio corticoides y rápidamente me alivió el picor y las manchas. Que hubiese pasado si yo escuchaba mi cuerpo? Dejaba ese trabajo?, tomaba distancia de mi marido? Dejaba de ver a esa amiga que tanto daño sentí de su parte?
Es acaso más fácil un corticoides, no? Sí, puede ser… pero cuál es el costo real de no escuchar mi cuerpo y hacerme cargo de lo que expresa? Tal vez la felicidad, tal vez perder la imagen hermosa que doy al mundo de mi perfecta vida, tal vez sostener lo insostenible para evitar la culpa de sentir que lastimo a los seres que quiero, y tal vez el costo sea la vida misma, porque el cuerpo luego de varios mensajes con mucho amor decide por mí, y la decisión puede ser incluso el desaparecer.
La muerte es parte de la vida, no me gusta renegar de ella, es más bien un fiel aliado, que nos permite tomar conciencia de la finitud y la vulnerabilidad humana, y con ello hacer algo bueno de la vida en el aquí y ahora! De todas formas que así como hay muchísimas formas de vivir, también las hay para morir. Porque alguien que termina sus días con una enfermedad que no le da paz a su alma, que más bien es ese último grito de su cuerpo para que pueda finalmente tomar conciencia y hacerse cargo de su vida, de sus decisiones, de sus responsabilidades, de sus culpas… casi seguro esa persona no va a tener una muerte serena.
Ahora, si podemos escuchar el cuerpo, entender sus mensajes, agradecerle cada manifestación como una expresión divina de la más sabia conciencia nuestra, quizás también terminemos los días en la cama de un hospital, llenos de cables e incluso agonizando… pero muy, muy profundo en el alma, habrá paz.
Aquella paz que sólo da la conciencia y el haber tomado las riendas de la vida. El saberme dirigiendo mi camino y aceptando mi destino, tal cual me fue dado. Poder mirar a la cara a mi enfermedad, quizás también a mi final, y poder sostenerle la mirada con amor y aceptación. Por ser parte de un todo, un plan mucho más grande y consentir a ello.
Entonces, si hay una respuesta al porque nos enfermamos, siento que es porque la enfermedad es una maestra que está sólo para enseñar, incluso aunque ni la miremos y queramos evitarla. Está y puede ser perseverante en extremo, y hasta el extremo.
Muchas veces esta mirada, y la aceptación del padecimiento hace, o bien que ya no tengamos la necesidad de seguir con el síntoma, porque ya lo vimos; o si continúa, que lo llevemos con dignidad, y confiando del sentido que tiene en mí aquello que tanto duele o limita. Eso me devuelve la dignidad, más allá de que enfermedad se trate.
Creo en la medicina, y hago uso de ella cuando la necesito, sin embargo confío en la sabiduría de mi cuerpo y todo lo que encierran sus manifestaciones. Lo escucho, lo veo, lo siento y en general, entiendo.
Marzo 2014 – Dra Mariana Freccero